Un huevo tiene su máxima calidad y frescura en el momento de la puesta. Uno muy fresco tiene una clara consistente y una yema con silueta de semiesfera.
Países como los de la Unión Europea tienen normas en cuanto a la comercialización del producto, haciendo énfasis en la calidad de la cáscara, de la clara y de la yema.
Durante su almacenamiento el huevo pierde agua y esta es sustituida por aire. Cuando la evaporación de agua es mucha, el aire ocupa más espacio, lo que provoca que el huevo sea capaz de flotar al ponerlo en un recipiente con agua.
Esto es un signo claro de que el producto perdió su frescura, un proceso de deterioro que tiene que ver con las condiciones de conservación del mundo, como humedad y temperatura de almacenamiento.
La pérdida de agua incide en la pérdida de consistencia de la clara. Esto incide también en la yema y en la cáscara, la cual con solo tocarla puede romperse.
Cuando se quiebra un huevo para prepararlo, si no está fresco la yema se muestra aplastada, sin flotar sobre la clara. Eso puede ocasionar que la yema se riegue durante la preparación o al momento de servirlo para comer.
Aunque un huevo poco fresco (a menos de que al cascarlo presente mal color y olor) puede consumirse, pero se recomienda que se cocine muy bien a fin de poder eliminar cualquier posible agente contaminante.
Se recomienda guardar los huevos en la nevera para demorar su deterioro y garantizar su frescura por más tiempo.
Referencia (http://www.institutohuevo.com/que_es_un_huevo_fresco/#1501002266180-cedf4a08-f8e5)